Solo en la montaña


Balaitus, el disfrute en solitario de las montañas y el acierto de retirarse a tiempo.


Los latidos de tu corazón

eso es lo único que escuchas cuando estás realmente solo en la montaña. Es lo único que te acompaña salvo que lleves colocados unos auriculares mientras caminas, mientras recorres una senda que te saca del valle y te deposita en las zonas altas, en esas en las que dejas de ver vegetación y empiezas a ver solo rocas y los primeros neveros. Algo que te aisle de lo que te rodea en esas horas de camino es sin duda un estorbo.

No es cierto eso de que la suerte no existe; eso de que cada persona puede trazar su propia vida. Está muy bien como idea para impulsar a personas que por el motivo que sea se ven sumidas en situaciones lamentables, y queda fenomenal cuando lo dice algún triunfador televisivo o cuando lo lees en los libros de auto ayuda, pero la suerte, destino, o como se le quiera llamar no es algo que uno pueda elegir. Es más, yo diría que la famosa frase de mis circunstancias debería ser algo más corta: yo solo soy mis circunstancias.

Pues, por una serie de circunstancias que sería larga de enumerar, solo algunas de mis primeras andanzas por la montaña fueron en compañía de amigos; muy pronto, quizá con catorce años ya necesitaba el disfrute en solitario de las montañas. Necesitaba liberarme de compañía, pero no voy a tratar de darle explicación ni a teorizar sobre la belleza o el mérito de las ascensiones sin compañía de nadie aunque tampoco voy a dedicarme a destrozar la lírica del compañero de cuerda.

Ya mayorcito, en una de estas excursiones conocí a otro loco que me acompaño durante una noche en el antiguo refugio del Respumoso, el pequeño, que era más una choza de pastores en aquella ocasión sin puerta, que un refugio de montaña propiamente. El individuo en cuestión era francés y pretendía hacer un recorrido por el valle sin intención de ascender a ningún sitio. Yo quería subir al Balaitus y al día siguiente cada uno se fue por donde quería irse. Era primavera y en el Pirineo no había absolutamente nadie excepto aquel individuo y yo.
Ruta desde Respumoso a la cima del Balaitus. Foto cedida generosamente
por Komando Kroketa , una web con mucha información útil.

Con un equipo reducidísimo para evitar el peso, sin saco de dormir y con un kilo de ciruelas en la mochila encaminé los paso en dirección a mi objetivo. Había nevado mucho aquel invierno y a principios de junio aún quedaba muchísima nieve. A mi derecha un profundo valle y la Cresta del Diablo y a mi izquierda una ladera que debía seguir hasta encarar la zona rocosa equipada con apoyos de hierro y, como era de esperar, el sol apareció súbitamente llenándolo todo de luz y calentándome suavemente la cara en medio de un amanecer muy frío.


El silencio, la caricia del sol y la presencia de las montañas era lo único que sentía en aquel momento y, probablemente lo único que necesitaba. Al cabo de un par de horas de camino me detuve a comer un trozo de pan, una ciruela y un quesito; a penas había cenado la noche anterior. Acordándome del francés y de la pesada carga que llevaba para su travesía y también de la tarde tan agradable que habíamos pasado chapurreando inglés, de repente oigo caer una piedra del tamaño de mi mochila unos metros por delante de mí, rodando por la ladera hasta perderse de vista valle abajo. Aquello me dejó muy pensativo y lleno de dudas. Si en lugar de pararme a comer hubiera continuado avanzando, probablemente aquella piedra me haría causado algún problema.

Guardé las cosas y reanudé la marcha con los pensamientos puestos en aquella piedra bajando a toda velocidad y minutos después la duda obsesiva de continuar o darme la vuelta ya se había instalado en mi cabeza como un verdadero estorbo. Estaba solo, absolutamente solo, ni siquiera en el camino desde Sallén hasta el Respumoso había visto a nadie excepto al francés, que ya estaría bastante lejos puesto que habíamos iniciado el camino a la misma hora. Ya no soportaba aquel estado temeroso y dubitativo constante que me amargaba aquella ascensión y me paré; traté de evaluar de un vistazo el tamaño de los neveros que que había a mi izquierda ladera arriba. Había mucha nieve y el sol ya calentaba lo suficiente.

Era una estupidez continuar y con un enfado monumental me dí la vuelta. Tres o cuatro minutos después de iniciar el descenso un enorme estruendo hizo que me detuviera, me giré y ví como una enorme masa de nieve se deslizaba abruptamente por la ladera cubriendo con un metro de espesor la ruta por la que yo debía haber caminado hacia la cumbre y con una extensión similar a la de un campo de futbol. En honor a la verdad tengo que decir que fue realmente espectacular; un incidente así te mete el miedo en el cuerpo, te baja de las nubes.

Tenía los ojos como platos y estaba paralizado o quizá imnotizado por lo que acababa de ver y de oir. Al cabo de unos minutos continué bajando volviendo la vista de vez en cuando como para asegurarme de que lo que había sucedido era real y en una hora y media estaba otra vez en el embalse. Me senté en la hierva de la orilla a reflexionar y a gravar aún mejor en mi mente lo sucedido y de pronto me dí cuenta de que ese día había sido verdaderamente exitoso aún sin haber estado en la cima. Estaba ya harto de ciruelas y quesitos y decidí bajar a toda velocidad para comer en Sallen de Gállego, brindar conmigo mismo y una cerveza y conducir hasta Benasque para ver a unos amigos. Y así lo hice, pero por algún extraño motivo no pude parar de conducir hasta Madrid; mi mujer y mi hija de cuatro años me esperaban. Era un hombre afortunado.

Creada
Revisada

2017-01-27


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